Lo había visto muchos años. Siempre por televisión. La mayoría de veces aún en blanco y negro.
Ya sabes… grupos de soldados de permiso, serpentinas, matasuegras, botellas de sidra desparramadas, gente apretujada, pero muy feliz, aparentemente al menos, porque el temor a la soledad seguro también se cuela esa noche en La Puerta del Sol.
Este año decidí conocer de primera mano que sensaciones produce vivir in situ esta pantomima. Ya eran años “modernos” y en un par o tres de balcones, con vistas privilegiadas a la plaza veía, creo recordar, a Ane Igartiburu, la Obregón, Ramonchu con su capa negra, y alguno más. Gracias a los focos de las cámaras se ven mejor de lo que yo creía.
La experiencia podría definirse como neutra. Ni tanta diversión como se transmite a través de televisión ni mucho menos tanta confraternización. Si vas solo regresas solo. Este fue mi caso al menos.
Al terminar las campanadas, no hay más. Ni fiesta ni cotillón. Se desaloja la Puerta del Sol paulatinamente, en procesión, olvidando la mayoría que hace unos momentos ha interpretado el papel de la felicidad incontenida.
En ese peregrinar alcé la vista y vi en un balcón a un grupo de muchachos de unos veinte años o algo más, que tomaban cerveza señalando a las chicas de la calle y a las que inútilmente intentaban captar la atención. Vi también, en el piso inmediatamente superior, otro grupo, en este caso de chicas, que más o menos tendrían su edad y que estaban de celebración.
Crucé entonces mi mirada –más de 50 metros nos distanciaban- con uno de los muchachos. Noté que habíamos conectado visualmente y aproveché para hacerle una discreta seña (mi dedo índice primero a mi ojo y después señalando el balcón de las chicas) indicándole que la “tentación vivía arriba”.
Se dio la vuelta, comprobó que le había facilitado correctamente las coordenadas del posible botín, y tras ofrecerles unas cervezas y entablar conversación, todos con todas ansiosamente, buscó de nuevo mi mirada para agradecerme, con una señal universal de pulgar arriba, mi colaboración.
No sé que pasaría, lógicamente, pero esta conexión, por lo curiosa, rápida y certera, fue lo único que compensó mis ganas de conocer personalmente el mito del Fin de Año en La Puerta del Sol.
Fdo: Maurice